De niña pensaba que conseguiría felicidad infinita cuando conociera a mi media naranja, un príncipe que llegaría en su caballo a matar a todos los dragones que me atormentaban, y que me llevaría a su castillo a ser feliz el resto de mi vida.
 
No fue mucho tiempo después, hasta que me di cuenta que esa historia no era cierta. Descubrí uno que otro príncipe, pero no eran de color azul. Eran verdes, amarillos y algo desteñidos.
 
También tenía momentos en que pensaba que estaba a punto de entrar en el cuento, pero poco a poco llegaba el final triste. Y ahí me di cuenta, tenía que cambiar la historia. No iba a esperar que un príncipe azul viniera a rescatarme, iba a rescatarme yo sola.  
 
Ese día decidí elegirme y no di vuelta atrás. Sería mi amor verdadero. Yo siempre sería mi amor verdadero. ¿Quién puede amarme más que yo? Me había conocido desde el primer día, sabía todo de mi: todo lo malo y lo bueno, y aún así pensaba que era maravillosa y era realmente mi persona favorita.
 
Empecé a pasar más tiempo conmigo misma, haciendo las cosas que me gustaban y dedicándome tiempo: leyendo, viendo películas, tomando fotos, montando bicicleta en el malecón hasta ver el atardecer, escribiendo todos los pensamientos que aparecían por mi mente, pintando, y aprendiendo cosas nuevas.
 
Desde ese momento, todo tuvo sentido. Yo era el amor de mi vida y ese amor me estaba agradeciendo de vuelta, una y otra vez.
 
¡Seamos el amor de nuestra vida siempre!
 
Comparte el artículo si te gustó
 
Marinés Adrianzen

Compartir esta entrada

comentarios (0)

No hay comentarios por el momento